viernes, 17 de agosto de 2012

Juventicidio

No puedo creer que me deje por un chico que apenas conoce, ¡qué clase de amigas se hacen eso! Toda la noche aguantando sus tonterías para que luego me haga esto…

Quizá sea yo, que estoy paranoica y veo cosas donde no las hay. ¿Doy demasiadas vueltas a las cosas?
Sin darme cuenta me estaba alejando del antro donde estaba con mi ‘amiga’ y ahora me estaba adentrando por un callejón oscuro. A medida que caminaba, más siniestro me parecía, pintadas en las paredes y no precisamente animadas, ni un alma paseando por él… Un humo denso y mal oliente salía por una de las ventanas del edificio de mi izquierda. El olor era irrespirable, se metía por mis pequeñas narices y llegaba a mi trastornado cerebro, provocándome una sensación irrefrenable de vomitar. Tapé fuertemente mi boca y nariz y aceleré mi paso para alejarme lo antes posible de ese hedor.
Cuando el ambiente cobró su olor normal, a pesar de la contaminación existente, me apoyé en una farola y cogí aliento. Como las únicas dos farolas de este callejón, habían perdido las ganas de alumbrar.
Me senté en la acera mugrienta. No paraba de tener náuseas, de un momento a otro podía caer. Se juntó el fétido olor del callejón con las copas de más tomadas en el bar.
Al poco me limpié con la manga de la camisa y me levanté con gran dificultad ayudada por la farola. Seguí mi andadura por aquel callejón inhóspito.
Después de unos pasos tambaleantes, oí un pequeño ruido a mi espalda. Al principio no le di mayor importancia pero un nuevo ruido hizo que cambiara de idea. Me paré en seco unos segundos y me di la vuelta, no parecía haber nada extraño, a parte, claro está, de lo ya siniestra que era la calle. Todo seguía tan oscuro como el primer momento en que me adentré en él.
Empezaron a pasar por mi cabeza espantosas ideas. Los ruidos aumentaban a cada paso, por la derecha, por la izquierda... Dirigía mi mirada hacía los inquietantes sonidos a medida que los oía. Aumentaba mi miedo por momentos.
Pensé durante unos segundos que volvían a mí las ideas obsesivas que había tenido anteriormente. Alguien me estaba persiguiendo. A cada paso que daba, sentía uno detrás. Miro mis huellas marcadas en la acera. Pero, ¿de dónde salen mis huellas? No recuerdo haber pisado nada mojado y sin embargo, miraba detrás y veía pisadas a lo lejos, cada vez más cerca de mí que terminaban en mis zapatos.
Retrocedí unos metros para comprobar que aquellas pisadas que veía eran reales y eran mías. A pesar del miedo que invadía mi cuerpo por los innumerables ruidos, cada vez más frecuentes, seguí andando para ver las huellas. Volví a mirar para detrás. Las huellas comenzaban a desaparecer. Desconcertada, seguí adelante intentando pisar de nuevo las huellas dejadas anteriormente,  y regresar así al punto donde me había parado, en medio de esa calle que empezaba a ser infernal, pero sorprendentemente no conseguía acertar con ninguna huella. No era para nada una línea recta y tampoco las huellas que dejaba de nuevas iban muy allá, parecía que por allí había caminado cientos de personas, cruzándose sus huellas.
Después de caminar varios metros y no haber visto a nadie, pensé que igual me estaba volviendo loca. Seguía oyendo ruidos y allí no se veía ninguna persona, ni siquiera animal. Cerré los ojos por si lo que estaba viviendo era una pesadilla horrible, pero, al abrirlos lentamente pocos segundos después, todo seguía igual.
De repente, una sombra se cruzó ante mis ojos unos metros más adelante. Pasó muy deprisa en apenas décimas de segundo. Definitivamente estaba teniendo visiones porque en un callejón como éste, totalmente inhabitado y oscuro,  que ya había comprobado que no había nadie, no podía haber sombras y menos moviéndose delante de mis narices.
Empecé a sentirme mal. Estaba mareada. Caí al suelo. Miré a mi alrededor intentando buscar ayuda o alguna explicación a lo que estaba viendo y oyendo. Pero la situación era la misma, ruidos y todo desierto.
Las sombras aumentaban a mi alrededor y se unía a ellas unas risas intimidantes. Éstas se introducían en mi frágil cabeza y parecían reproducirse allí dentro.
Por momentos empecé a sentir frío y perdía las fuerzas incluso, para moverme. La cabeza estaba a punto de estallarme, era como si me estuvieran atravesando el cráneo con una taladradora, los oídos me pitaban y oía ruidos inexistentes, la cabeza me daba vueltas, no conseguía fijar la mirada en ningún lugar más de dos segundos, las ventanas de los edificios parecían tener vida propia. Unas se convertían en duendes verdes, otros en caras de lucifer incluso aparecían hadas vestidas de negro, lo cual era muy gracioso porque se peleaban con los duendes.
Tiritaba cada vez más, ya estaba casi con espasmos, no podía mover ni los dedos. En ese instante empecé a sentir fuertes náuseas. También sentí la primera sacudida de mi cuerpo contra el asfalto, puede que incluso me hubiera roto algún hueso, pero lo peor fue que se volvieron a repetir unos minutos después, ésta vez, quedándome totalmente paralizada, sin poder mover brazos, piernas, nada,  sólo reaccionaban mis perjudicados y sufridos ojos.
Tiempo después empezaron a pasar ante mis ojos numerosos momentos de mi vida, buenos y malos: el día de mi comunión, viendo hacer el payaso a mi tío; la primera vez que me peleé con un chico por insultar y pegar a una amiga; el día que aprobé el carné de conducir; la primera borrachera… y la última, aquella misma noche que mis ojos se cerraron para siempre.

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